Nos quedamos boquiabiertos cuando los científicos nos revelan que nuestro universo es más complejo de lo que creíamos; cuando nos cuentan que miles de millones de galaxias, formadas por multitud de estrellas, giran en todas direcciones después de una enorme explosión; cuando nos hablan de una materia huidiza que se descompone en infinidad de partículas danzantes dentro de un océano de vacío; cuando nos explican como los seres vivos crean islas de orden en la entropía general, a través de las interacciones de sus innumerables componentes; cuando nos describen la forma en que esos mismos seres tejen redes con los que les rodean, fundando ecosistemas, que a su vez se entrelazan hasta formar un mega organismo" llamado "Gaia".
Nos admiramos porque antes otros científicos nos contaron que el universo, lejos de ser complejo, era un lugar perfectamente ordenado, constituido por esferas, conos, cubos, líneas y puntos; una máquina perfecta, de movimientos previsibles; un inmenso reloj fabricado por un relojero ciego.
Y también nos quedamos perplejos porque ese camino desde lo simple hasta la complejidad ya lo recorrieron hace milenios algunas tradiciones orientales, mediante la práctica de la introspección.
Tal vez la ciencia es lenta porque consiste en que unos científicos, como los grandes exploradores de la historia, les transmitan a los otros, los colonos del viejo mundo, que tal vez se equivocan al suponer que todo está conquistado; que han avistado otras costas más allá del mar de la ignorancia. Quizás es premiosa, porque consiste también en que los colonos acostumbrados a su vida estable, llena de certezas, amparándose en las tradiciones, se resistan con todas sus fuerzas a aceptar que "sin embargo se mueve" como proclamó Galileo.
En ese empeño está actualmente: en convencer a los colonos de la profesión médica de que ya no es posible concebir al ser humano como una maquina biológica, construida con piezas intercambiables elegidas por un puñado de genes egoístas; en argumentarles que no se sostiene que nuestra mente y nuestro cuerpo sean territorios separados, el primero propiedad de los filósofos y los religiosos y el segundo, coto privado de los cirujanos y los farmacéuticos; en persuadirles de que más bien, cada uno de nosotros encierra en sí mismo una compleja red bio-psico-social, que se mantiene gracias a intrincados equilibrios dinámicos.
Está por difundir que la manera en que comemos, dormimos, nos comportamos, respiramos, modifica nuestro riesgo de enfermar. Pero no solo eso, sino que también lo que sentimos, creemos, pensamos, incluso imaginamos, afecta de manera significativa a nuestro estado de salud físico.
Las enfermedades del siglo XXI no son distintas a las del pasado, pero si las vemos con ojos diferentes. Ya no tienen una única causa, sino múltiples.
Igual que nadie que desee pescar un banco de peces utilizaría una caña, sino una red, resultaría injusto descansar nuestra salud únicamente sobre las espaldas de los médicos. Ni el más sabio de los doctores podrá nunca reunir los conocimientos necesarios. Aislar los campos del saber en una especialización extrema tampoco ayudará. La creación y la gestión de equipos interdisciplinares donde trabajen coordinadamente diferentes profesionales (médicos, psicólogos, fisioterapeutas, nutricionistas, enfermeras, etc.) incluso de algunas áreas en apariencia tan distantes como el deporte, la pedagogía, la ecología, se convierte en esencial; tan imprescindible como la percepción del paciente acerca de su propio estado. Una percepción que propicie su colaboración activa en el proceso curativo.
Director de Psicosom
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